Enciendo el
celular, su luz tenue ilumina apenas mi cuarto. La noche está oscura, sin luna.
Cierro los párpados, disco su número, espero que atienda, escucho su voz suave
y gruesa de sueño. Corto. Repito la acción dos veces y luego me duermo en silencio
con los ojos envueltos en lágrimas.
Desde hace
varios meses se que duerme con el teléfono pegado a la oreja, que espera mi
llamado, que moriría por saber que estoy del otro lado y que la amo; cambiaría
su mundo por mis palabras. Pero entiende que las cosas no han salido bien y se
conforma con ese silencio que le doy; esa ausencia de palabras llena de
sentimientos, colmada de amor.
Ni siquiera podría
decirle donde me encuentro. “Lejos” podría pronunciar, “Bien”, “Trabajando”,
“Ocupado”, “Si, te amo”, “Yo también te extraño”. Cada día tendríamos la misma
conversación. Por ello opto, optamos, por el silencio, por no decirnos lo que
sabemos a cambio de sentirnos cerca
algunos segundos.
Si los objetivos
se cumplen, esta semana termina todo. Para mi y para los cuatro mil minifid que
se encuentran conmigo.
Soy organizador
de nuevos pueblos. El último que monté, cerca de las montañas de basura,
funciona relativamente bien. Cien muertos la primera semana, tres días en la
tapa del matutino más importante; luego paz y armonía, tal como lo había
pronosticado.
Mi profesión no
es bien vista en éstas épocas, antes podría decirse que alguien con mi cargo
estaría en un puesto elevado de la escala social. Claro, cuando era preciso
organizar la civilización éramos necesarios, luego, ya sin las urgencias,
pasamos a ser unos desalmados y adquirieron mayor importancia los médicos que
solucionaban los problemas de infertilidad de la población y los ingenieros que
podían idear construcciones en el agua o en la tierra apta.
De todas maneras
se que dependen de mi, que sin gente como yo, no existiría la humanidad. El
mundo ha evolucionado y parece haber olvidado que vivimos una era nuclear, que
los ríos se contaminaron, que existe muy poca agua potable y que los alimentos
alcanzan para unos pocos. La basura ocupa tanto lugar que ya no hay tierras
firmes donde asentarse. La epidemia, de una manera u otra, nos ha afectado a
todos. Hoy resuenan algunas voces que intentan volver a implantar la
democracia, esa forma de gobierno que en nada nos ayudó cuando sobrevino el
caos. Los jóvenes ya se han olvidado de lo que hizo este gobierno por nosotros.
Es cierto que podíamos sobrevivir algunos y la selección natural existe y es
necesaria.
La organización
no puede depender del azar y todo debe premeditarse, la ley es la ley, aunque
nos parezca inhumana debemos acatarla y entender que si no obedecemos al
gobierno volveremos a estar sumidos en la guerra y en la confrontación
tecnológica. Por suerte, los buenos hemos vencido y tenemos una nueva posibilidad.
Mi función es correcta y necesaria.
Los nuevos
pueblos requieren de un gran esfuerzo de mi parte, me dedico día y noche a
pensar quienes son los que merecen vivir o morir; trabajar, servir o mandar.
Una tarea difícil. Algunos de los sobrevivientes son revoltosos.
Con el traje me
siento seguro. No debo tocarlos. Solo los oriento, les digo dónde pueden buscar
los desperdicios y una vez cumplido el programa de esterilización regreso a
donde pertenezco: junto a mi mujer, mis hijos y mi padre.
Cuando el
gobierno decidió eliminar a los que sobraban todos estuvimos de acuerdo, pero
ahora las cosas cambiaron: algunos sobrevivieron, mutilados, llenos de rencor.
Las asociaciones de derechos humanos, dijeron que los que no habían muerto
luego de la explosión debían seguir viviendo. Se organizarían poblaciones y se
le llevarían los desperdicios de la gran ciudad. Esterilizados, mal alimentados
y sin posibilidad de respirar aire puro, los mas fuertes, morirían en meses o
años.
Soy solo un
instrumentador de una política que buscó salvarnos. El mundo no es tan grande y
los recursos son escasos.
De todas
maneras, si bien hago lo correcto, tengo miedo. Se que mi traje me
protege, que mis soldados están alerta
ante cualquier ataque minifid, pero ¿quien vive seguro con estos indeseables?
Estas personas no tienen nada que perder, no poseen familia ni futuro; son
feroces y nos odian.
Sin embargo soy
optimista, en algún momento comprenderán que algunos tenían que morir para
salvar a los demás. No hay que ser egoísta. Los mejores sobrevivimos. Ahora
podemos construir un mundo nuevo. Sin ellos lograremos subsistir, seguir
tomando agua y comiendo carne.
Se que mis
soluciones son transitorias y, tarde o temprano, volveremos al mismo lugar,
cumpliremos el ciclo, el péndulo tocará un lateral y se abalanzará
violentamente contra el otro y la escasez llegará como a lo largo de toda la
historia.
Espero que la
próxima aniliquilación masiva sea dentro de muchos años, que se acuerden de lo
que hago por ellos y no me elijan como un nuevo minifid.