domingo, 22 de mayo de 2016

NUEVO LIBRO- EL CIEGO

EL CIEGO

Horacio Bueno

La zarza literaria ediciones

Este es el tercer libro del autor, su primera nouvelle: una provocadora experiencia de indagación, una trama de dudas y sospechas. Una escritura tapizada con los miedos de una sociedad contemporánea, anudados en un tejido realista; como gritos contenidos aparecen las tensiones de una cotidianidad en suspenso.

Estamos ante una novela que posee distintas lecturas. Hay una suerte de humorismo cordial, vuelo lírico, imaginario social, cierta epopeya de lo cotidiano; el amor y la fantasía, lo real y lo irreal. El 
autor, presenta un juego constante entre apariencia y verdad, entre las buenas costumbres y la alienación desde la fábula y la utopía del amor.

El ciego tiene una voluntad inconclusa. Es además, por momentos desmesurada y cómica, pero también mordaz. Rodea la desdicha, la sensualidad, una delicadeza meta-literaria y una cierta violencia contenida.

El lector avezado sentirá sin duda, un especial interés por los perdedores. Y algo fundamental: no descuida el placer de la narración.

Nos movemos en el terreno de los desencuentros, de lo extravagante, de unidades cerradas, de escenas que integran lo visible de un mundo en el cual vamos descubriendo presencias ambiguas y definitivas. Una escritura visionaria y fragmentaria, minuciosa.

La literatura –en una época de banalidad y decadencia generalizada- tiende a polarizarse, esfumarse. Se hipertrofia la espiritualidad, se crea una escenografía en torno a lo inmediato. La creación necesita silencio, tiempo, maduración. Y advertimos que las contraposiciones resultan cada día mas homogéneas. El ciego nos presenta un mundo en el cual la ternura y los deseos imaginarios van de la
mano. Con vos sutil, Horacio Bueno nos hace olvidar de lo inmediato, efímero o circunstancial.

DISPONIBLE EN:

- Librería Hernández – Corrientes 1311 y 1436

- Librería El Túnel- Cabildo 2445

- Mendel Libros Paraguay 5163

- horaciobueno.blogspot.com

domingo, 22 de junio de 2014

DIEGO ES MUFA JAJAJAJJAAAA



Hoy a las 13 horas, 12 minutos y 30 segundos se cumplirán 28 años de aquel gol.

Recuerdo que durante los 10,6 segundos que transcurrieron entre el mágico pase de Enrique y la red que envolvió la Jalisco, contuve la respiración. Tenía 11 años. Pienso que Andrés tenía 9 y estábamos todos reunidos frente al televisor con el volumen bajo porque papá había puesto la radio para escuchar la transmisión de Víctor Hugo. “Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial”...   Y luego: “genio, genio, ta ta ta… goool” “quiero llorar, D10s santo, viva el futbol” “es la jugada de todos los tiempos” “barrilete cósmico… ¿de qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés?” “Para que el País sea un puño apretado gritando por Argentina” “Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona” “Gracias Dios. Por el futbol, por Maradona”.

Viene a mi memoria estar arrodillado junto a mi hermano frente al televisor Sony que años después sería recordado como “el que se veía todo verde”, mi viejo agarrándose la cabeza diciendo “que golazo, que golazo, es increíble”, mi vieja aplaudiendo con las manos levantadas y Anita desorientada, sonriendo…

Pasaron 28 años y me parece que fue ayer. ¿Veo asomar otro ídolo? ¿ podrá superar las alegrías del más grande? Este mundial se parece un poco a ese de 1986. Goles, grandes jugadores, un diez que parece tener algo especial. Aquel, tal vez tenía el talento de contagiar a las masas o a parte de ellas (como siempre en Argentina), este tiene la posibilidad de cambiar la historia por sí y sin el apoyo de nadie (con esa individualidad tan característica del nuestra nacionalidad).

La épica Argentina se asoma porque juega mal (como en el 86 y en el 90). Es contradictoria como los argentinos, como Maradona. Lo más y lo menos en el mismo momento. Todo y nada. Los mejores y los peores. Todo para dar lugar a esas dos opiniones que se confrontan en Argentina: los que aman y los que odian. Los que en todo ven el triunfo y los que esperan el fracaso para decir “te lo dije”. Inglaterra y España quedaron afuera, que me importa. Nosotros estamos adentro. ¿Maradona es mejor que Messi? ¿Messi es mejor que Maradona? Que me importa. Ya lo dijo Diego: “los dos somos argentinos”. Todos somos argentinos y eso, es lo que algunos no se bancan. Y está bien, ser argentino no es haber nacido en esta tierra, es sentirse parte de una forma de vivir las cosas y en los mundiales se ve clarito. La pasión de saber que somos los mejores hasta que fracasemos y digamos que es por culpa de alguien. Los mejores pero…  el fracaso por culpa de…. Olvidar la historia, no vivir el presente, disfrutar de todo y de nada, estar insatisfechos ante todo.

Ahora Diego es mufa, jajajajaj. Tal vez D10S decidió hacerle espacio. Tal vez ve algo que nosotros no vemos y, como en el Mundial pasado se cargó al hombro las críticas y evito que vean que Messi no había jugado a nada, esta vez sale de escena para que lo puedan ver bien. Para que la cancha grite Messiii y no Diegooo. Tal vez ese responsable de aquellas alegrías, 28 años después, quiera darnos una más y regalarnos, para salvarnos, de nuevo, un MESSIas.

domingo, 4 de agosto de 2013

MINIFID


 

Enciendo el celular, su luz tenue ilumina apenas mi cuarto. La noche está oscura, sin luna. Cierro los párpados, disco su número, espero que atienda, escucho su voz suave y gruesa de sueño. Corto. Repito la acción dos veces y luego me duermo en silencio con los ojos envueltos en lágrimas.

Desde hace varios meses se que duerme con el teléfono pegado a la oreja, que espera mi llamado, que moriría por saber que estoy del otro lado y que la amo; cambiaría su mundo por mis palabras. Pero entiende que las cosas no han salido bien y se conforma con ese silencio que le doy; esa ausencia de palabras llena de sentimientos, colmada de amor.

Ni siquiera podría decirle donde me encuentro. “Lejos” podría pronunciar, “Bien”, “Trabajando”, “Ocupado”, “Si, te amo”, “Yo también te extraño”. Cada día tendríamos la misma conversación. Por ello opto, optamos, por el silencio, por no decirnos lo que sabemos a cambio de sentirnos cerca  algunos segundos.

Si los objetivos se cumplen, esta semana termina todo. Para mi y para los cuatro mil minifid que se encuentran conmigo.

Soy organizador de nuevos pueblos. El último que monté, cerca de las montañas de basura, funciona relativamente bien. Cien muertos la primera semana, tres días en la tapa del matutino más importante; luego paz y armonía, tal como lo había pronosticado.

Mi profesión no es bien vista en éstas épocas, antes podría decirse que alguien con mi cargo estaría en un puesto elevado de la escala social. Claro, cuando era preciso organizar la civilización éramos necesarios, luego, ya sin las urgencias, pasamos a ser unos desalmados y adquirieron mayor importancia los médicos que solucionaban los problemas de infertilidad de la población y los ingenieros que podían idear construcciones en el agua o en la tierra apta.

De todas maneras se que dependen de mi, que sin gente como yo, no existiría la humanidad. El mundo ha evolucionado y parece haber olvidado que vivimos una era nuclear, que los ríos se contaminaron, que existe muy poca agua potable y que los alimentos alcanzan para unos pocos. La basura ocupa tanto lugar que ya no hay tierras firmes donde asentarse. La epidemia, de una manera u otra, nos ha afectado a todos. Hoy resuenan algunas voces que intentan volver a implantar la democracia, esa forma de gobierno que en nada nos ayudó cuando sobrevino el caos. Los jóvenes ya se han olvidado de lo que hizo este gobierno por nosotros. Es cierto que podíamos sobrevivir algunos y la selección natural existe y es necesaria.

La organización no puede depender del azar y todo debe premeditarse, la ley es la ley, aunque nos parezca inhumana debemos acatarla y entender que si no obedecemos al gobierno volveremos a estar sumidos en la guerra y en la confrontación tecnológica. Por suerte, los buenos hemos vencido y tenemos una nueva posibilidad. Mi función es correcta y necesaria.

Los nuevos pueblos requieren de un gran esfuerzo de mi parte, me dedico día y noche a pensar quienes son los que merecen vivir o morir; trabajar, servir o mandar. Una tarea difícil. Algunos de los sobrevivientes son revoltosos.

Con el traje me siento seguro. No debo tocarlos. Solo los oriento, les digo dónde pueden buscar los desperdicios y una vez cumplido el programa de esterilización regreso a donde pertenezco: junto a mi mujer, mis hijos y mi padre.

Cuando el gobierno decidió eliminar a los que sobraban todos estuvimos de acuerdo, pero ahora las cosas cambiaron: algunos sobrevivieron, mutilados, llenos de rencor. Las asociaciones de derechos humanos, dijeron que los que no habían muerto luego de la explosión debían seguir viviendo. Se organizarían poblaciones y se le llevarían los desperdicios de la gran ciudad. Esterilizados, mal alimentados y sin posibilidad de respirar aire puro, los mas fuertes, morirían en meses o años.

Soy solo un instrumentador de una política que buscó salvarnos. El mundo no es tan grande y los recursos son escasos.

De todas maneras, si bien hago lo correcto, tengo miedo. Se que mi traje me protege,  que mis soldados están alerta ante cualquier ataque minifid, pero ¿quien vive seguro con estos indeseables? Estas personas no tienen nada que perder, no poseen familia ni futuro; son feroces y nos odian.

Sin embargo soy optimista, en algún momento comprenderán que algunos tenían que morir para salvar a los demás. No hay que ser egoísta. Los mejores sobrevivimos. Ahora podemos construir un mundo nuevo. Sin ellos lograremos subsistir, seguir tomando agua y comiendo carne.

Se que mis soluciones son transitorias y, tarde o temprano, volveremos al mismo lugar, cumpliremos el ciclo, el péndulo tocará un lateral y se abalanzará violentamente contra el otro y la escasez llegará como a lo largo de toda la historia.

Espero que la próxima aniliquilación masiva sea dentro de muchos años, que se acuerden de lo que hago por ellos y no me elijan como un nuevo minifid.

 

sábado, 22 de septiembre de 2012

NUEVO LIBRO- EL FACILITADOR DE ANHELOS



INTRODUCCIÓN


Nunca tuve la cualidad de ver el futuro, sólo sabía una cosa a fuerza de experimentar una y otra vez: viviría eternamente.

El hecho de ser inmortal, no me ha llevado a tener una larga existencia de disfrute sino que, muy por el contrario, me colocó en la horrible situación de no tener vida, de buscar un cambio constante para evitarme algunos sufrimientos y ser descubierto. La imposibilidad de compartir mi secreto, condición esencial de mi cualidad, derivó en que jamás haya podido formar una familia ni desarrollarme en una profesión normal como querría hacer cualquier persona.

El por qué me decidí a escribir estas páginas, lo develaré más adelante. El lector se habrá dado cuenta que mi cualidad ya no existe, el secreto fue revelado y mi vida tiene el límite humano, con la sublime incertidumbre de no conocer la fecha, hecho que, teniendo en cuenta mi vasta existencia inmortal, se ha transformado en un condimento esencial para disfrutar cada momento.

Durante siglos participé de algunos sucesos históricos, obviamente sin reconocimiento alguno. Si bien pude combatir al lado del mariscal Rommel en el desierto del Sahara, jamás logré tomar esa merecida notoriedad por temor a ser descubierto. El único soldado que ha participado de todas las batallas, asistido a bombas atómicas y ataques suicidas y ha sobrevivido. Demasiada exposición. Mi asistencia sólo fue como espectador. En alguna oportunidad tomé ciertas decisiones, no lo niego, pero en la sombra. Siempre estuve atraído por los simples actos.

Mi intervención tangencial en algunos eventos tal vez tribales, me ha llevado a darme a conocer con diversos nombres y, contrariamente a lo que pueden imaginarse, siempre fui bien recibido.

No tolero los asesinatos, las violaciones, la corrupción, los robos. Mi pasión son los pequeños hurtos, las infidelidades, la mentira “piadosa”, la trampa y, situando la actividad en mi ciudad predilecta: la picardía porteña.

Admiro y protejo al carterista del subterráneo, a la mujer que inventa una historia magnífica para encontrarse con su amante, al niño que nada dice sobre ese aplazo y falsifica el boletín escolar, el gol con la mano, el beso robado en la oscuridad de una calle.

Sin embargo, no es fácil hallar a esos hombres dignos, profesionales de la mentira. Ya ni los abogados pueden situarse en este rubro. Los maridos infieles suelen arrepentirse, los pungas suelen aspirar al robo a mano armada, el jugador tramposo suele declarar sus embustes en programas televisivos.

Esta falta de códigos ha conducido mi vida por otros rumbos.

Me tomaré esta noche para contarles algunas historias de seres desesperados que me han solicitado su ayuda y a las cuales no he podido negarme.

domingo, 26 de junio de 2011

SENTADO EN MI SILLON CON LOS PIES APOYADOS EN LA MESITA RATONA

“Buenas noches”, dijo mientras ingresaba a la casa. “Estamos solos”, le advertí mientras cerraba la puerta.
Ese hombre había sido mi esposo durante dos largos y apasionados años. Largos porque me he acostumbrado a medir el tiempo de acuerdo a mis sensaciones, ya no creo que siempre sea el mismo y que los días duren 24 horas sino que se sienten de diez, doce o veintiocho según las ocasiones. Apasionados porque ese fue el sentimiento que me guió a lo largo de esos años; desde que salí del Registro Civil hasta que lo observé marcharse para nunca volver.
Aprendí a no esperar su visita pero cuando lo vi con su sobretodo azul de pie bajo la lámpara que alumbraba el ingreso a mi vivienda, recordé que había ensayado ese instante muchas veces durante los últimos siete años y por ello le advertí que nadie me acompañaba, que su irrupción podía ser peligrosa. Como cada expresión, depende del tono, la pronunciación y el énfasis que el interlocutor le ponga. Al escuchar mis palabras supe que algo estaba fallando; no sonó a una advertencia, pareció sólo una descripción, una información, un parte como el que le daba todas las noches cuando llegaba de trabajar sobre las novedades de la casa, del barrio, del mundo.
Quitó su sobretodo, lo colgó en el perchero y apoyó el libro que llevaba sobre el escritorio. Todo estaba dispuesto como siempre; nada se había tocado desde la fecha de su partida. Se sentó en uno de los sillones y puso los pies sobre la mesita ratona. Intenté reprenderlo por la acción, quise gritar “¡retira tus sucios pies de mi mesa!”. Nada dije.
Comenzó a hablar y fue directo al grano: “¿Por qué me dejaste ir?”
Acomodé mi cabello y por un momento pensé que me lanzaría sobre su cuello para ahorcarlo, despellejarlo y descuartizarlo en miles de pedazos. ¿Qué clase de pregunta era esa? Él se había ido hacía siete años, luego de 24 meses de amor y pasión, una mañana, sin explicarme el porque me dijo “creo que es mejor que me vaya, eso hará más fuerte nuestro amor”. Y se fue y jamás volvió. Me quedé atrapada, estática. Indagando en mi ser y rastreando pistas de otras mujeres, de deudas de juego, de crímenes. Esperé un llamado, una carta, una señal. Mis amigos -sorprendidos e indignados- me impulsaron a seguir. Nadie sabía cual era el motivo. Durante siete años intenté recomponerme, y lo hice. Por supuesto, soy una mujer atractiva, él lo decía todo el tiempo. Conocí un hombre e intenté enamorarme de él; y lo logré. En algún momento le expliqué lo que me sucedió; me ayudó a olvidar y a tramitar mi divorcio. Me casé. ¡Sí, contraje matrimonio ayer! Disfruté la noche de bodas y estaba haciendo las valijas para salir de luna de miel mientras Pablo llevaba los perros a la casa de su madre cuando sonó el timbre y era él. Luego de siete años, volvió, tocó mi puerta, pasó como si todavía fuera su casa, se sentó en mis sillones, apoyó sus pies sobre la mesa ratona que compró cuando aún eramos novios y me preguntó por que lo dejé ir.
Hice silencio. La pregunta me sorprendió, la situación me dejó inmóvil.
“Si hubieses hecho algo, si me hubieses buscado o si hubieses gritado para que regrese no me habría marchado”
Siete años después de haberme abandonado, de haber dicho que se debía marchar para que nuestro amor se fortaleciera, sentado en mi sillón, con los pies apoyados en la mesita ratona, me reprochaba que nada hubiera pasado si gritaba o lo buscaba o… Me preguntaba ¿por qué no había hecho algo? ¿Qué hubiese podido hacer? Lo esperé un tiempo razonable, le había dado todo, me había casado con el, había lavado su ropa y acariciado su piel durante veinticuatro meses. Le demostré mi amor, le entregué mi cuerpo ¿que más podría haber hecho?
Quise levantarme para abrirle la puerta, para indicarle que se vaya, que no vuelva. Era una mujer casada y no podía recibir hombre en mi hogar. En cualquier momento llegaría mi marido y vería que estaba con mi ex marido que no sabía que yo me había vuelto a casar. Todo podía ponerse muy incomodo. Pablo aún tenía celos y se comportaba con violencia ante algunas situaciones. No soportaba las mentiras y, si le contaba lo que estaba sucediendo, podría interpretar que se trataba de una mentira y matarme o matarnos a los dos. Un hombre que estaba sentado en mi sillón con los pies apoyados en la mesa ratona era inexplicable.
“¿Por qué no peleaste por mi?”, siguió. “Jamás me quisiste. Aceptaste mi partida como quien presencia la salida del sol o el atardecer. Como un hecho natural sin explicación. Era la comprobación de un fenómeno que anunciaste. Miles de veces habías dicho: “un día te vas a cansar de mi y te vas a ir”. ¿Cómo podría irme si te amaba? Pero lo repetías como una conjura, como una maldición. Y aquella noche sentí que deseabas que sucediera, que hacías lo posible para que pase lo que pronosticaste. Te negaste a tocarme, a decirme que me amabas, a cuidarme. Te rendiste y tomaste la decisión de no pelear, de esperar que la vida se desarrolle, que se cumpliera la profecía o tu deseo. Y me abriste la puerta, me diste el último beso y dijiste: “sabía que esto iba a pasar” mientras volvías sobre tus pasos y transitabas el pasillo hasta la habitación que había sido nuestra hasta la noche anterior y que a partir de aquel momento pasaba a ser tuya. Y te paraste frente al espejo, acomodaste tu cabello, sonriente y plena. Dejaste que las cosas sucedan, como quien se deja morir o entrega un juego de naipes depositando las suyas en el mazo, te abstuviste de pelear por nuestro amor. Durante siete años esperé una señal para regresar y nada.
“¿Ahora la culpa es mía? Atiné a decir. ¡Yo soy la culpable de que me hayas abandonado!
Sabía desde el primer momento que su falta de carácter, la debilidad con la cual se conducía por la vida, nos iba a llevar a ese callejón sin salida. La duda constante ante cualquier circunstancia nos condenaba a la fractura, a la separación, al fracaso. Lo sabía y por eso le dí todo lo que tenía. El extremo de mi pasión, el amor como si cada día fuese el último y aquella noche, supe que iba a ser la última y, por eso mismo, no quise que me tocara. Ya lo había hecho muchas veces, era suficiente.
¿Buscarlo? ¿Dónde podía buscarlo? Dijo que había estado a la vista, viviendo en lo de su madre, frecuentando a sus amigos, que siguió trabajando en el mismo lugar. ¿Cómo iba a saberlo? Jamás volvimos a vernos. Nuestros mundos eran muy distintos. Los lugares que yo frecuentaba no eran los mismos que él solía visitar. Yo no iba a las librerías ni a las conferencias de literatura.
Le contesté: “Siete años después, sentado en mi sillón, venís a reprocharme que no pelee por tu amor. ¿Se debe pelear por amor? ¿El amor se pelea? El amor es un sentimiento que fluye y cuando deja de fluir deja de existir. Se siente y luego se va, o se queda. Pero uno no hace nada por él. Es como el agua: va ingresando por los lugares menos pensados o se escurre por las hendijas más pequeñas. Tratar de sostener un sentimiento es imposible. Está o deja de estar. Y cuando así sucede solo hay que resignarse y esperar a que se diluya totalmente para poder seguir liviano. Porque el amor también es una carga, un lastre, algo que tiene un peso y que requiere un esfuerzo día tras día. Pero como un jarrón de cristal, una vez que se rompe resulta imposible volver a reunir los pedazos y recomponerlo de igual forma”.
“Pero podrías haber librado una batalla, intentar que el agua no se escurra, que el jarrón no se rompa. Es más, juntar las piezas del antiguo y hacer uno nuevo, tal vez hasta más fuerte y mejor. Pero no era lo que querías. Se había cumplido tu presentimiento y las cosas sucedieron como lo habías imaginado así que lo aceptaste y diste vuelta la página, continuaste con tu vida. Fiel a tu estilo, ayer cuando te casaste, mientras prestabas tu consentimiento a pasar el resto de tu vida con ese hombre, habrás imaginado e ideado una válvula de escape. Un motivo que desbordaría todo con la capacidad de derrumbar tu nuevo mundo. Y, seguramente, frente al espejo mientras delineabas tus ojos y pintabas las uñas, habrás recordado mi voz alabando tu belleza y apareció, como suele pasar, esta secuencia que destrozaría todo. El regreso, el inesperado regreso en el momento menos apropiado. Y definiste, como una máxima, como una profecía, el fin. Asociaste, posiblemente, mi regreso al final”.
Me senté sobre una de los vértices de la mesa, con las piernas juntas, para seguir escuchándolo. Me sentí pequeña, lo vislumbré maduro.
“Tal vez estoy aquí porque me provoca escozor que le brindes ese amor y esa pasión extrema que te caracteriza. Poniendo la totalidad de tu ser a su disposición como si fuera el último día. Cualquier día puede ser el último pero en tu caso hay dos cláusulas resolutorias: la muerte o el cumplimiento del vaticinio. Entonces, como dos cuestiones contra las que no puedes luchar, vivís cada día como el último y brindas todo. Pero como no pelearías contra la muerte porque te sabrías perdedora, tampoco luchás contra tu maldita lectura de la culminación de una historia, contra esa idea que sólo surge de tu cabeza y que carece de sustento, de lógica”.
Comencé a llorar y, por un momento sentí que existía una persona que me conocía mejor que yo. Que sabía lo que sucedía en mi interior. Tapé mi cara y la angustia me invadió como cuando supe que me dejaría. Aquella noche, hace nueve años, cuando volví de mi casamiento y entendí que él me iba a abandonar, que tarde o temprano se iba a cansar de mi y se iría para siempre; o ayer, cuando supe que el volvería en algún momento y me destrozaría mi nuevo mundo.
Sentí que sus manos tomaban las mías para retirarlas de mi rostro. Sus labios besaron mis lágrimas y mirándome a los ojos dijo: “No regresaré”.
Sus palabras me aturdieron. Por algún motivo no las esperaba; quedé paralizada. El tiempo se detuvo. Mis ojos –que no parpadeaban- pudieron ver como quitaba los pies de la mesita ratona, como se levantaba de mi sillón blanco y se dirigía hacia la puerta por la cual, unos minutos después, ingresaría mi esposo corriendo, preso del pánico, para tomar el teléfono y llamar a la policía indicándoles que en la puerta de mi casa se había cruzado con un hombre, de sobretodo azul, que le había dicho -antes de pegarse un tiro en la sien- que no regresaría jamás. Y agregó, ahora mirándome: “No se quién era. Jamás lo había visto. Dijo eso y que, ahora sí, sólo la muerte podría separarme de mi esposa”.

sábado, 1 de enero de 2011

Lo inasible


Mágicamente, volví a encontrarla. No recuerdo el motivo que nos distanció. En realidad, no quiero hacerlo; aunque sé que ella, en cualquier momento, lo hará.
Pensar, figurarme el momento en su compañía, divisar su cuerpo, su rostro, la presencia de su espíritu, era algo que se había tornado habitual y me resultaba agradable.
Su perfume era, tal vez, el que usaban todas las chicas de su edad. Lo mismo puedo decir del peinado y la ropa. Pero su energía era otra, me atraía.
Estoy enfermo, muy enfermo. Ella lo debió presentir. Escribió “no pasará nada que no tenga que pasar”. Leí pausadamente. La frase retumbó en mi cabeza. Volví a sentir la angustia de las almas destinadas. La presencia del rencor. Luego de ese largo silencio que llena mis horas, supe comprender que tenía otro significado, un trasfondo metafísico. Entendí que lo decía para que me sintiera mejor. Para que recuperara las fuerzas.
Necesitaba que me recuerde. De ese modo o de otro, ¡qué importa! Se había casado y estaba embarazada; su capacidad amorosa estaría colmada pero, sin embargo, estábamos conectados.
Me coloqué los anteojos y observé sus facciones, como tantas veces lo había hecho. En detalle. Repasando cada centímetro de piel. Lo inasible.
Comencé a llorar. Otra vez el nudo en la garganta. Temblé como hago cada vez que siento que se me escapa la vida, que se escurre, que lo virtual y lo real se confunde y se torna omiso. Dejé que su rostro desapareciera en el espacio sabiendo que, cuando quisiera, podría hallarla, y evocarla sin temor al reproche.

lunes, 8 de noviembre de 2010

"El lunar es el punto final del poema de la belleza"- Ramón Gomez de la Serna